jueves, 31 de mayo de 2012

Un virus anda suelto



Estoy convencido de que hay cosas que no son fáciles de enseñar, sin embargo, son fáciles de contagiar.  El placer por la escritura es una de ellas. Y además, son múltiples los virus capaces de transmitir esta enfermedad de la que, una vez que nos atrapa, es casi imposible librarse sin que nos deje secuelas.
Primera edición en España de
Gramática de la Fantasía (1976)
Uno de los virus de la escritura más dañino que he conocido se llama Gianni y se apellida Rodari. Este virus comenzó su nociva actividad allá por el año 62 en Turín con sus Cuentos por teléfono pero fue en 1973, en Torino,  cuando atacó de una forma más certera con su Gramática de la Fantasía; a finales de la década ya había roto las fronteras italianas y se había propagado por varios países del entorno. En el nuestro se coló por Barcelona, de la mano de editoriales como Juventud, que publicó los Cuentos en 1973, o Avance, que haría lo mismo con la Gramática en 1976.  Bien es cierto que las Escuelas de Magisterio y posteriormente los Departamentos de Didáctica de las Lenguas de las Facultades de Educación intentaron combatirlo con el más terrible de los antídotos, la indiferencia… Pero no consiguieron detener su propagación entre los maestros y maestras que se transmitían el virus con entusiasmo porque, una vez que les atrapaba, era imposible librarse de sus efectos.

Reconozco haber sido uno de los afectados por este virus… Durante unos meses trabajé en un puesto de alto riesgo, una librería en la que estaba permanentemente expuesto al peligro de éste y otros agentes infecciosos de esta terrible enfermedad. Era el comienzo de la década de  los 80 y Rodari golpeaba con fuerza… Por aquél entonces aún estábamos poco sensibilizados con el tema de la salud laboral y por mis manos pasaban a la semana varios ejemplares de sus obras… Un día me descuidé, bajé la guardia y… ¡zas! Me convertí en un enfermo crónico.
Cuando tomas conciencia de que eres un enfermo crónico, no te queda otra que aceptar la enfermedad e intentar sacarle partido, y así lo hice. Por aquel entonces me llamaron para cumplir con mi deber para con la Patria… Alegué cuentitis aguda, pero no me sirvió de mucho, me dieron apto para la vida militar.  Eso sí, mi virus particular me ayudaba a vencer tardes tediosas y sinrazones estúpidas que soportaba a diario permitiendo que mi imaginación traspasara los muros del cuartel para crear hipótesis fantásticas (“¿Qué pasaría si hubiese una  guerra y no fuésemos nadie?) o dedicar un limerick a mis superiores (“Hay por aquí un teniente de Soria/ que más que un teniente parece una momia/ Como no le gusta jugar al esconder/ cuando me escaqueo me quiere morder/ Este triste y amargado teniente de Soria.”)
Sexta edición en castellano de
 Cuentos por teléfono (1982)
Años después, durante mis primeros cursos como maestro, tuve otra fuerte recaída. Alfaguara había contribuido a principios de los 80 a difundir el virus Rodari con títulos como Cuentos para Jugar o Cuentos escritos a máquina…  Como la inspección médica tampoco reconoció la cuentitis crónica como una enfermedad,  no me quisieron dar la baja y pronto mis alumnos y alumnas se vieron contagiados…  ¡Cuántas historias nacían y morían en unos instantes combinando elementos al azar! ¡Cuántas de ellas sobrevivían para convertirse después en objeto de un poema, un cómic, una dramatización…! ¡Cuantas piedras lancé al estanque sin prever las consecuencias de sus ondas expansivas! Ahora, con el paso de los años, comprendo mi irresponsabilidad cuando, por Facebook, me saludan antiguos alumnos y alumnas desahuciados por la ciencia médica, convertidos en periodistas, actores, actrices, bloggeros… publicando impúdicamente sus poemas, sus reflexiones, sus vivencias…  Y me dicen “tú tienes parte de culpa de esto”
Pero mi historia continúa. Una enfermedad así tenía que terminar por afectar a la familia…  Yo pensé que las caperucitas, las blancanieves y las cenicientas serían suficientes, pero no, mi hija siempre pedía más y más… Y entonces, tuve un brote agudo de binomios fantásticos… Nada estaba a salvo en la habitación… ¡Osito y lámpara! (y el pobre osito a colgarse de la lámpara porque quería ser trapecista), ¡Candela y cortina! (y Candela, que era su muñeca preferida, casi su hermana, destrozaba la cortina para hacerse un vestido mágico), ¡mosquito y agua! (y ¡qué otro remedio le quedaba al mosquito que aprender a nadar para participar en las olimpiadas de los insectos!). Y claro… ¡Qué se podía esperar…!, ocurrió lo peor…  Con el tiempo, y completamente afectada, se convirtió en maestra y ahora transmite este mismo virus a niños y niñas indefensos… ¡Vamos, que hasta les hace escribir historias en un blog a criaturas de seis años!
Horrorizado he descubierto que este mismo virus afecta cada vez a más docentes y, hasta  quienes yo creía que estaban a salvo de todo mal, los responsables de la ordenación educativa, muestran síntomas de la enfermedad potenciando en los centros la proliferación de planes de lecturas y actividades de creación literaria ligadas a la dinamización de las bibliotecas escolares.
De tanto mal sólo podía redimirme experimentando una vacuna… Desde el Centro del Profesorado, junto a mis compañeras que trabajan en el ámbito lingüístico, conseguimos aislar un potente transmisor de esta enfermedad, también originario de Rodari, llamado Teresa Suarez. Después buscamos un grupo profesores y profesoras que se prestaran voluntariamente al experimento y les inyectamos una sobredosis de este virus, dosificado en sesiones semanales de tres horas. Pensábamos que así conseguiríamos detener la enfermedad, pero el resultado ha sido nefasto. Quizás no fuimos demasiados rigurosos en la elección y, probablemente, la mayoría de estos individuos ya venían algo afectados. El caso es que el virus se nos ha desmadrado por completo y ahora anda suelto y sin control por la red (lo podéis comprobar en http://profesoradocreativo.blogspot.com.es/).

Los expertos a quienes hemos consultado aseguran que sus efectos puedan ser devastadores, especialmente entre el alumnado que está en contacto directo con algún miembro de este descerebrado grupo de profesores y profesoras. Teniendo en cuenta que, si nadie lo remedia, cada uno de estos docentes puede llegar a compartir aula con grupos de hasta treinta, treinta y seis y cuarenta y dos niñas, niños o adolescentes, según el nivel educativo, es posible que pronto el porcentaje de la población joven afectada crezca de un modo insospechado y no quede casi nadie entre las generaciones jóvenes que no se vea afectado por el placer de inventar historias, por el goce de escribir cosas bellas, por el amor a la lectura, por el uso de la imaginación poética, por la capacidad para expresar los sentimientos, la capacidad para hacerse entender, para comprender el mundo que les rodea, para hacer un uso creativo de su lenguaje… ¡Dios, la qué hemos liado!

1 comentario:

  1. Es una forma maravillosa de contar cómo se padece esta enfermedad donde sus principales estados de brote cursan con síntomas de imaginación, creatividad, ansia por escribir y desesperación ante el teclado de un ordenador intentando escribir todas las ideas que rondan por nuestra mente y nuestra alma.
    Un saludo.

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