viernes, 4 de mayo de 2012

POBRE RUMANO

            -Venga. Vamos. Llévate estos tres pedidos y rapidito que llevan retraso.

            -Pero tío, si acabo el turno en diez minutos.-Tras echar una ojeada a las direcciones, se quejó amargamente.-Joder! Si ni siquiera van a la misma zona... esto es una putada!

            -Pero, pero, pero... No te quejes tanto y dale caña a la moto o las pizzas llegarán frías y te quedarás sin propina.

            El encargado de Luigi´s Pizza no dejaba de atosigar a los repartidores. Encontrar un trabajo en estos días era difícil y él lo sabía.

            El repartidor salió escopeteado de la pizzería, metió la comida y los refrescos en el cajón de la moto, arrancó el vespino y aceleró enérgicamente para incorporarse a la calzada. Con las prisas y el cabreo no vio el frenazo que tuvo que dar un autobús par evitar llevarse por delante al repartidor y a su vehículo.

            -Será mamarracho!- murmuró el conductor del autobús mientras apretaba los dientes.

            El chico de la moto conducía casi por instinto mientras se mezclaban en su cabeza el camino más corto a la calle Geranio y la cara de cabreo de su chica por llegar tarde a su cita una vez más.

            A la salida del semáforo, el conductor del autobús no dejó pasar la oportunidad de devolvérsela y arrinconó a la moto cortándole el paso. Fue ahí cuando empezó el intercambio de lindezas.

            -Cabrón! Es que no me has visto?

            -Cállate, niñato de mierda!

            -¿Te crees que porque tengas un cacharro tan grande tienes derecho a todo?

            -Niñato! Tío mierda! Tú si que te crees el rey de la carretera con la mierda de vespino que llevas!

            Tras varios intercambios de frases, el chico, harto de insultos, de vaciles, de trabajo y hasta de novia, pensó en tomarse su día de furia o, en este caso, sus cinco segundos de furia. Aceleró. Colocó el ciclomotor delante del autobús y frenó bruscamente.

            Tan asustado como sorprendido por el cortocircuito mental del mozo, el conductor del autobús dio un volantazo a la vez que pisaba el freno como si lo fuera a sacar por debajo del vehículo. La maniobra evasiva llevó al autobús a invadir la cera y a empotrarse contra la parte izquierda de la fachada del Banco San Juan de Dios.

            Tras el ruidoso chirriar de los frenos y el atronador impacto siguieron 3, 4 segundos de tenso silencio. Luego, el murmullo y los gritos.

            El charco de sangre no presagiaba nada bueno.

            Por desgracia, Lionel Petrescu, uno de los miles de rumanos que habían llegado a este país buscando una vida mejor, estaba tan absorto tocando su trompeta que no oyó el frenazo ni vio llegar el autobús. El impacto cortó súbitamente la segunda estrofa de paquito el chocolatero. Las pocas monedas que le habían echado esa mañana en la funda abierta de su trompeta quedaron desparramadas al igual que sus sesos. Pobre rumano, ni siquiera le gustaban las pizzas.


            Marcos Arroyo Jávega.

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