martes, 15 de mayo de 2012

EL PLACER DE ESCRIBIR

                       
            El placer de escribir

            Como de costumbre recogemos la mesa y me dispongo a seguir escuchando las tortuosas noticias de la tele desde el chaise longe, cuando mi hija, rápida como una gallina en Etiopía, da un brinco y se apodera de él, desparramándose por todo lo largo y ancho de mi compañero de siesta.
            Pienso que no estará cómoda pues el confortable asiento tiene ya cogida mi forma y la invito a sentarse al lado, pero gruñe y se cruza de brazos. Ante tal negativa soy yo el que gruñe y refunfuña mientras me siento en el sillón adjunto.
            A mi niña tampoco le interesan las noticias y decide cambiar el canal buscando a Dora la exploradora. A mí, la verdad es que tampoco me importa mucho. Los telediarios cada vez me entristecen más tanto por el contenido; políticos imputados y políticos ultrarreformistas. Como por la forma; no logro aceptar la publicidad intercalada entre la información como cuña de hierro en el tronco de una encina. Maldito capitalismo!
            Creo que es el momento oportuno. Me deslizo en silencio acompasado por la musiquilla de Dora y entro en mi habitación. Lo que yo llamo mi estudio no es más que una habitación que denominamos así para diferenciarla del resto. Me siento en mi silla.
            Delante mía una ventana, la mesa de cristal con el PC y espacio para escribir.
            A mi espalda un sofá incómodo como la madre que la parió y, colgada en la pared, una guitarra acústica que encontré hace muchos años en un contenedor de basura. Cuando la encontré estaba tan destartalada que hasta le faltaban trozos de madera, pero gracias a un gran amigo la pude restaurar y, aunque nunca aprendí a tocarla, es algo más que parte de la decoración.
            A mi derecha otra ventana hecha con ladrillos de vidrio que inunda el estudio con suficiente luz para poder escribir.
            Escribir? Pues eso. Es el momento. Manos a la obra. A ver si hoy termino alguno de esos relatos cortos que nunca concluí.
            Ya está. Éste es el que estaba buscando. Desdoblo los folios a la vez que comienza a abrirse la puerta y aparece un personajillo de apenas medio metro.
            -Papá! Oco!
            Es mi chiquitín que acaba de despertar y viene con dos velones que le cuelgan de la nariz.
            -Ven aquí, gordito.- Lo cojo y le limpio suavemente su pequeña naricilla. Él me mira y me da un abrazo. Supongo que está así de cariñoso porque se acaba de despertar.
            Con las mismas vuelve al salón y se tumba junto a su hermana.
            Me dispongo a continuar con mi labor de escribir cuando aparece mi mujer secándose las manos con un trapo de cocina algo gastado y me cuenta nosequé de nosequién en nosedónde. Yo asiento varias veces con la cabeza y dudo si preguntar algo para mostrar interés, pero lo descarto porque sería darle conversación y eso atrasaría el delicioso momento de la escritura. Ella va a la cocina a preparar un café. Hoy creo que compró donuts.
            Pero no es la hora de pensar en bollería industrial. Es hora de escribir.
            No! No puede ser. Mi niño aparece descalzo con un calcetín en cada mano.
            -Papá! Ira! Ira!- me dice enseñándome los trofeos como si hubiese cortado dos orejas en una faena taurina.
            -Niño! Ponte los calcetines y no te los quites más! Hay que ver! Con el resfriado que tiene el niño y míralo sin calcetines!
            Él se ríe de forma pícara, da media vuelta y se bate en retirada corriendo y soltando carcajadas que flotan en el aire. Yo lo persigo por el comedor y lo alcanzo en la cocina. Forcejeamos mientras intento abrigarle los pies.
            Mi niña, que también quiere participar en la algarabía, se sube a mi espalda atropelladamente sin dejar de reír. Comienza la batalla de cosquillas. Quién me ha visto y quién me ve. Revolcado por el suelo, víctima de dos nenes gritones con ganas de jolgorio.
            Entre cosquillas y risas oigo el borboteo de la cafetera mientras la cocina se inunda con el aroma del torrefacto. Seguiré escribiendo otro día.


Marcos Arroyo

1 comentario:

  1. Delicioso, entrañable, ¡ qué cambio de registro! eso es un escritor. ¡Ole!

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