Planteamientos descabellados. Vender zapatos a la tribu de los bosquimanos
CON UN PAR DE... BOTAS
Aunque
estaba convencido de que la sensibilidad de las plantas de los pies
de los bosquimanos debía estar bajo mínimos, me quedaba un ápice
de esperanza de que alguna terminación nerviosa de sus pinreles
quedara aún en funcionamiento. Tenía que someter a la tribu a una
serie de pruebas con las que cabía la posibilidad de hacerles
entender las ventajas de usar calzado y con las que con toda
seguridad podía llevarme un par de ostias.
Para
empezar debía integrarme en la tribu. Era el momento de pìntarme la
cara, colgarme 7 kilos dde collares y pulseras y colocarme un
taparrabos. El frío de los collares metálicos y la ausencia de ropa
consiguieron erizarme el vello, que el tamaño de mis pezones
disminuyera considerablemente y que toda mi piel se pegara más a mis
musculos y huesos, haciéndome sentir más ...“recogido”.
A
ellos, a primera vista, les resultaba familiar mi indumentaria
excepto por una gruesa botas de militar que arrastro con los pies.
Cuando
aparecí de esa guisa todo quedó en silencio. Cientos de miradas
indígenas se dirigían hacia mi persona- Sólo podían distinguirse
los chasquidos de la hoguera que había en el centro del coro que
formaban, y mis pesados pasos arrastrando tierra dirigiéndome hacia
el fuego.
Para
causar aun más impresión decido pisotear las llamas con las botas
de cuero y metal y aunque costó más trabajo del que pensaba
terminé apagando el fuego sin quemarme los pies y sin que las botas
sufrieran daños apreciables a la vista. Sólo quedó en el aire un
olorcillo a pelo chamuscado ya que las botas eran más bien bajitas y
las llamas superaban la altura de mis rodillas. No sé como no me dio
por depilarme antes...
Tras
dejar a la tribu sin fuego, tres bosquimanos se dirigieron hacia mí
emitiendo unos desagradables sonidos con rápidos movimientos de
lengua. Sus rudimentarias armas punzantes se dirigían a mi rostro.
El calor que había dejado el fuego en mi cuerpo marchó
inesperadamente a medida que mi corazón tiritaba. Afortunadamente
alguien los detuvo. Era el viejo jefe de la tribu que impresionado
por la hazaña se quitó una pieza de su cabeza, que a la vista
parecía de oro, y la puso junto a mis pies. Fue entonces cuando los
cientos de indígenas se arrodillaron e hicieron varias reverencias.
¡ debo ser un dios o algo parecido!
Me
gustaba la idea de ser idolatrado y decido hacer otra demostración.
Saco un pequeño bote de alcohol y un mechero en forma de alpargata
que regalábamos el año pasado en la empresa y en unos segundos
vuelvo a fabricar una hoguera. Los bosquimanos flipan. Agarré
entonces a uno de los que quería agredirme y le indico a través de
gestos que repita descalzo la misma hazaña que había hecho yo
antes. Desconfiadamente va acercando el pie y lo mete entre las
llamas. El negro no se inmutaba en principio pues más que un pie
tenía un callo con forma de extremidad. Cuando casi va a tocar el
tronco parece que sintió algo y emitió un alarido enorme y apartó
el pie cojeando.
Logramos
tranquilizarle pues me vine preparado con una crema buenísima para
quemaduras de primer grado. Llegó el momento de elegir a otro de los
agresores. Le pido que haga lo mismo, pero esta vez con mis botas. Le
ayudo a ponerselas porque la criaturita no atinaba a meter el pie. Se
decide y empieza con miedo, pero consigue golpear el tronco y apagar
de nuevo la fogata. La tribu vuelve a flipar ahora con su compi y de
nuevo se arrodillan a hacer reverencia los muy cansinos. Tras probar
con más de veinte ya dejó de causar sorpresa la tontería de apagar
fuego con los pies, pero quedaron bastante convencidos de que
aquellas dos cosas que cubrían pies tenían una gran utilidad y
aunque no eran de un dios, eran divinas. Hice entonces el primer
trueque: Se las dí al jefe y me quedé con la pieza de oro.
Los
días siguientes, ya más integrado, decido hacer varios concursos en
plan humor amarillo: andar sobre clavos y chinchetas, meter los pies
en urnas de cangrejos o escorpiones, carrera sobre lodo... El premio
consistía en una lata de conserva con produtos tan atractivos para
ellos como fabada, atún o melva en aceite de oliva, patés...
Aquel
que me iba cambiando piezas de oro por botas o zapatos era el que
normalmente degustaba estos manjares enlatados saboreando esos
pringosos sabores en paladares acostumbrados al arroz hervido a
animales carbonizados en las llamas.
Consigo
acabar con cientos de pares de zapatos botas y chanclas y unas
trescientas latas de conserva, pero vuelvo cargado de oro y con las
piernas depiladas a fuego y no precisamente lento.
Refrescos a los esquimales, arena a un beduino o botas a los bosquimanos. Aquello que Luisma se atreva a soñar, Luisma lo puede lograr.
ResponderEliminarJajajaj. Gracias Loly, Uno confía en sus posibilidades pero precisamente estoy pensando en la manera de que entre recortes, multas y hacienda me dejen la cuenta tranquila y no encuentro la fótmula. Empezaré a soñarlo...
EliminarBesitos
Esto sí que es CULTURA EMPRENDEDORA!!!
ResponderEliminarSi te decides a volver a ofrecer otra remesa de calzado a esos bosquimanos cargados de oro, llámame y te ayudo!! Ja ja ja
Bss