miércoles, 9 de mayo de 2012


Planteamientos descabellados. Vender zapatos a la tribu de los bosquimanos


CON UN PAR DE... BOTAS


Aunque estaba convencido de que la sensibilidad de las plantas de los pies de los bosquimanos debía estar bajo mínimos, me quedaba un ápice de esperanza de que alguna terminación nerviosa de sus pinreles quedara aún en funcionamiento. Tenía que someter a la tribu a una serie de pruebas con las que cabía la posibilidad de hacerles entender las ventajas de usar calzado y con las que con toda seguridad podía llevarme un par de ostias.

Para empezar debía integrarme en la tribu. Era el momento de pìntarme la cara, colgarme 7 kilos dde collares y pulseras y colocarme un taparrabos. El frío de los collares metálicos y la ausencia de ropa consiguieron erizarme el vello, que el tamaño de mis pezones disminuyera considerablemente y que toda mi piel se pegara más a mis musculos y huesos, haciéndome sentir más ...“recogido”.

A ellos, a primera vista, les resultaba familiar mi indumentaria excepto por una gruesa botas de militar que arrastro con los pies.

Cuando aparecí de esa guisa todo quedó en silencio. Cientos de miradas indígenas se dirigían hacia mi persona- Sólo podían distinguirse los chasquidos de la hoguera que había en el centro del coro que formaban, y mis pesados pasos arrastrando tierra dirigiéndome hacia el fuego.

Para causar aun más impresión decido pisotear las llamas con las botas de cuero y metal y aunque costó más trabajo del que pensaba terminé apagando el fuego sin quemarme los pies y sin que las botas sufrieran daños apreciables a la vista. Sólo quedó en el aire un olorcillo a pelo chamuscado ya que las botas eran más bien bajitas y las llamas superaban la altura de mis rodillas. No sé como no me dio por depilarme antes...

Tras dejar a la tribu sin fuego, tres bosquimanos se dirigieron hacia mí emitiendo unos desagradables sonidos con rápidos movimientos de lengua. Sus rudimentarias armas punzantes se dirigían a mi rostro. El calor que había dejado el fuego en mi cuerpo marchó inesperadamente a medida que mi corazón tiritaba. Afortunadamente alguien los detuvo. Era el viejo jefe de la tribu que impresionado por la hazaña se quitó una pieza de su cabeza, que a la vista parecía de oro, y la puso junto a mis pies. Fue entonces cuando los cientos de indígenas se arrodillaron e hicieron varias reverencias. ¡ debo ser un dios o algo parecido!

Me gustaba la idea de ser idolatrado y decido hacer otra demostración. Saco un pequeño bote de alcohol y un mechero en forma de alpargata que regalábamos el año pasado en la empresa y en unos segundos vuelvo a fabricar una hoguera. Los bosquimanos flipan. Agarré entonces a uno de los que quería agredirme y le indico a través de gestos que repita descalzo la misma hazaña que había hecho yo antes. Desconfiadamente va acercando el pie y lo mete entre las llamas. El negro no se inmutaba en principio pues más que un pie tenía un callo con forma de extremidad. Cuando casi va a tocar el tronco parece que sintió algo y emitió un alarido enorme y apartó el pie cojeando.

Logramos tranquilizarle pues me vine preparado con una crema buenísima para quemaduras de primer grado. Llegó el momento de elegir a otro de los agresores. Le pido que haga lo mismo, pero esta vez con mis botas. Le ayudo a ponerselas porque la criaturita no atinaba a meter el pie. Se decide y empieza con miedo, pero consigue golpear el tronco y apagar de nuevo la fogata. La tribu vuelve a flipar ahora con su compi y de nuevo se arrodillan a hacer reverencia los muy cansinos. Tras probar con más de veinte ya dejó de causar sorpresa la tontería de apagar fuego con los pies, pero quedaron bastante convencidos de que aquellas dos cosas que cubrían pies tenían una gran utilidad y aunque no eran de un dios, eran divinas. Hice entonces el primer trueque: Se las dí al jefe y me quedé con la pieza de oro.

Los días siguientes, ya más integrado, decido hacer varios concursos en plan humor amarillo: andar sobre clavos y chinchetas, meter los pies en urnas de cangrejos o escorpiones, carrera sobre lodo... El premio consistía en una lata de conserva con produtos tan atractivos para ellos como fabada, atún o melva en aceite de oliva, patés...

Aquel que me iba cambiando piezas de oro por botas o zapatos era el que normalmente degustaba estos manjares enlatados saboreando esos pringosos sabores en paladares acostumbrados al arroz hervido a animales carbonizados en las llamas.

Consigo acabar con cientos de pares de zapatos botas y chanclas y unas trescientas latas de conserva, pero vuelvo cargado de oro y con las piernas depiladas a fuego y no precisamente lento.

3 comentarios:

  1. Refrescos a los esquimales, arena a un beduino o botas a los bosquimanos. Aquello que Luisma se atreva a soñar, Luisma lo puede lograr.

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    1. Jajajaj. Gracias Loly, Uno confía en sus posibilidades pero precisamente estoy pensando en la manera de que entre recortes, multas y hacienda me dejen la cuenta tranquila y no encuentro la fótmula. Empezaré a soñarlo...

      Besitos

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  2. Esto sí que es CULTURA EMPRENDEDORA!!!

    Si te decides a volver a ofrecer otra remesa de calzado a esos bosquimanos cargados de oro, llámame y te ayudo!! Ja ja ja

    Bss

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