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Montando
una mesa un viernes por la noche.
126 tornillos, 12 rieles de dos piezas cada uno., 6
tiradores de metal, 24 pequeñas tablas, 2 tablas medianas, 2 patas
,un gran tablero de 6 centímetros de grosor y un díptico con las
instrucciones de montaje en 6 idiomas ¡Sí!, me compré una
mesa-cajonera en el IKEA.
Bueno, la compré hace meses pero nunca tengo un hueco
libre para montarla pero por fin, un viernes, tras llegar del
gimnasio sobre las 8 de la tarde, empapado por el diluvio que me cayó
encima cuando venía de camino pensé: “¿Qué mejor plan para esta
noche que acabar con mi mesa puesta en la cocina?.
Despejo el salón, separo minuciosamente cada pieza en
el suelo, distribuyo los tornillos por tamaño, forma, color... y los
recuento para comprobar que no me falte ninguno. Tras observar el
papelito dichoso se me plantea el primer problema: no tengo
destornillador de estrella pequeño. ¿Cambio de planes? ¡Ni
hablar!.Subo a casa del vecino del 2º que dicen que es un manitas.
Efectivamente lo era y de su cajonazo de herramientas me sacó dos
destornilladores. Con este monto las estructuras de los cajones, ¡me
gusta empezar por lo más pequeño!, y tras varias vueltas y casi dos
horas llega el momento de montar la estructura de la mesa con las
tablas medianas, las patas y el tablón. Me doy cuenta que ya se ha
cerrado la noche, que estoy sudando y que estoy solo con mis maderas
por lo que decido abrirme una cerveza.
Con mi cerveza en mano sigo leyendo las instrucciones y
parece fácil pero algo llama mi atención. Para fijar las patas al
tablón necesito una llave en forma de L que en la caja no aparece.
Es hora de recurrir de nuevo al vecino del 2º.
Como buen aficionado al bricolaje me deja una caja
entera con más “eles” que el aparcamiento de la universidad y
probando probando doy con la que necesito. 1 hora más tarde ya tenía
montada mi estructura: 2 pata a un lado, los dos tableros al otro
lado separados entre sí unos 40 centímetros, ¡qué bien!. Fui a
por otra cerveza.
Ahora llegaba el momento de fijar los rieles entre los
dos tableros y en cada cajón para montar la cajonera de la mesa. Era
este un gran trabajo de percepción y concentración. Pongo cada riel
al lado del dibujo para ver si estaba en la misma dirección y ver
cómo hay que colocar la sruedecillas, los topes, los tornillos...
Pruebo con un cajón. Lo atornillo todo y... ¡nada, no va!.
Desatornillo todo, le doy la vuelta, vuelvo a
atornillar y... ¡tampoco, no va!. Sudo, voy por otra cerve, miro de
nuevo las instrucciones pruebo a quitar y mover otras piezas y...
¡que no, que no va!
Me empieza a entrar un agobio y unas ganas de reír y
llorar al mismo tiempo. Era ya casi media noche así que cerveza en
mano acudo por tercera vez al manitas del 2º.
La cerveza en la derecha, el riel en la izquierda, la
cara desencajada pero algo sonriente para no echar “pa´tras”. Le
expongo al vecino mi problema y este me empieza a explicar una serie
de cosas que me pueden haber pasado. La forma de pestañear y de no
asentir ni una vez le dieron la información suficiente para saber
que no me estaba coscando de nada. Él, que tenía un gran corazón y
nada mejor que hacer un viernes por la noche se ofreció a bajar
conmigo, eso sí, a cambio de un par de cerves. Lo que hiciera falta,
¡vamos!, si me monta la mesa le pincho un barril.
Tras varias birras y vueltas a las maderitas descubre
que los tableros medianos dónde se fijan los cajones, estaba puesto
al revés, lo de abajo hacia arriba y viceversa. Había que
desmontar toda la estructura. Entre tabla y tabla fueron cayendo unas
cervecitas y lo acabé dejando dándole a los tornillos mientras yo
me aplicaba con un cuchillo a cortar unas tapita que ya pegaban. El
chaval era apañado pero poco cuidadoso con los tableros con los que
golpeaba el suelo de forma estridente. Esto hizo que Loli, una amiga
de la juventud que se había mudado al bajo, subiera a ver que
pasaba. Tras contarle mis peripecias con una mesa de IKEA, le dio por
reír y no sé si por apoyar, por la bebida o por que le gustaba el
manitas se unió a las tapas y cervecitas.
Tras acabar con 6 platos de embutido variado y casi una
caja de cervezas la mesa estaba acabada. Aplaudimos, nos abrazamos y
cantamos eso de “mesa, mesa, a mí casi me matas”. Eran más de
las dos de la madrugada, llovía a cantaros y teníamos un puntazo y
un motivo de celebración. Loli bajó a por cava, el manitas subió a
por refrescos. Yo puse alcohol, unos paquetes de patatas, musiquita y
los tres nos montamos una de las mejores juergas que se pueden formar
alrededor de una mes un viernes lluvioso por la noche.
Fantástico, Luisma. Creo que , además de divertido, es autobiográfico en la mayoría de los lectores.
ResponderEliminarEres un crack, Luisma!!Creo que tu género está claro...En el blog se pierde algo importante que también haces muy bien y que acompaña a tus textos: la forma de leerlos!. Besos.
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